DIONISIO GONZÁLEZ
EDICIÓN LIMITADA
Al venírseme encima todas estas preguntas sobre el papel, tengo la impresión (la impresión, ¡Vaya palabra!) de que nunca me he preocupado de otro asunto: en el fondo, el papel, el papel, el papel. Podríamos demostrarlo apoyándonos en documentos y en citas, “sobre el papel”: siempre he escrito, e incluso hablado sobre el papel, a la vez acerca del papel, sobre el papel mismo y con vistas al papel, Soporte, sujeto, superficie, marca, huella, grama, inscripción, pliegue, fueron también temas a los que estaba ligado por la certeza tenaz, desde siempre, aunque cada vez más justificada, confirmada, de que la historia de esta “cosa”, esta cosa sensible, visible, tangible y, por lo tanto, contingente, el papel habrá sido corta. El papel es evidentemente el “asunto” finito de un campo circunscrito, en el tiempo y en el espacio, de una hegemonía que delimita una época en la historia de la técnica y en la historia de la humanidad. El fin de esta hegemonía (su fin estructural, si no cuantitativo, su degeneración, su tendencia a la retirada) se ha acelerado bruscamente en una fecha que coincide más o menos con la de mi “generación”: El tiempo de una vida.
Sin duda, a más de uno se le vendrá a la imaginación la equivalencia entre esa incineración “fílmica” del papel restallante y flamígero sobrevolando el crepúsculo advenido de Manhattan, (una sustancia untuosa, de color oscuro y olor fuerte como la brea en el espacio arquitectónico de la destrucción y la icónica gemelaridad), como el fin mismo del papel. La necrológica de su defunción, su finitud, su constricción y su anemia, la celulosa que inspiró junto a la imprenta una revolución escrituraria muriendo a manos de la digitografía y el algoritmo, de la nueva revolución hipertextual. Pese a todo, pese a su ductilidad, a su fácil apedazar, el papel es resistente porque abastece de instrumentos que convocan las decisiones que requieren autoría redaccional y firma signataria o sello direccional.
El papel es la clave; la función motivacional, el legado, el conocimiento. La transmisión del saber, en la dirección foucaltiana del poder, dado que el saber es el poder, y el poder es el adelanto (la precedencia) del saber en relación a los otros, y la instrucción de ese saber desde la disciplina. El papel es la significación, finalmente inanalizable, del hecho histórico o del hecho infracto del futuro. En gran medida el papel es el elemento aleccionador, instructivo y disciplinario del método. Papel y metodología son términos afectos que se interpenetran en una función de designación. El papel que juega el poder, la dirigencia, la enseñanza y, por otra parte, el papel como soporte material de estas. El papel que sociológicamente adquirió a través de la prensa el valor de un media, pero que es más que esto, no porque el soporte atraviese el espacio temporal del pergamino de piel al hipertexto, sino porque encierra en sí no sólo el proyectil informacional y la generación económica del macroimperio del archivo, encierra, también, el subyectil: el objeto táctil y romántico del elemento creativo, poético, estético, retórico o ensayístico.
En el papel, sobre el papel o desde el papel, siempre existirá la abrupción que contiene al mismo tiempo el legado epigramático del conocimiento y el parergon o lado subjetivo que sirve de aditamento, ornato o marco. Retomamos a Derrida cuando dice que:
No hay que fiarse ciegamente de todos los discursos que reducen el papel a la función o al tópos de una superficie inerte dispuesta debajo de unas marcas, de un substrato destinado a sostenerlas, a asegurar su supervivencia o su subsistencia. El papel sería entonces, de acuerdo con ese buen sentido común, un cuerpo- sujeto o un cuerpo-sustancia, una superficie inmóvil e impasible que subyace a las huellas que vendrían a afectarla desde fuera, superficialmente, como si fueran acontecimientos, accidentes, cualidades.
En torno a la prodigiosidad del papel circulan muchas leyendas y ensayos soberbios, pero el carácter abismático de una sociedad sin papel, sin nuncio, parece intangible. De hecho, las sociedades previas al papel, hoy en día, nos parecen herméticas, bárbaras o semiplenas. Porque ha quedado claro que el papel adoptó todas las personalidades posibles desde la conjunción de tipografía e imagen en la función del espacio y del tiempo. De este modo, estas personalidades, estos rostros, dada su movilidad y su flexibilidad, adquirieron los valores (supuestos o no) del empirismo, del criticismo o, en otros casos, de la autarquía. El valor, o mejor dicho, la hipervaloración del papel es incesable, el papel, en sí mismo, antes del registro y la grafía, es inclusivo e inteligenciado, recuérdese su proyección renacentista e ilustrada. El papel, exceptuando el momento actual, ha ido improrrogable y aumentativo hacia una indemnidad y respetabilidad epocales. Ha sido replicante, catequístico, feudal, impugnativo, sacratísimo, obediencial y artístico.
CLOUD SCAPE.
Estaba el East River, estaba el Hudson, sus aguas brillaban a medianoche como el aceite en las lámparas de los santuarios. Estaba a punto de ocurrirme algo para lo que nunca más habría palabras. Me quedé paralizado mirando cómo el cielo clareaba.
Charles Simic. Poesía (1962-2020)
En la madrugada del 27 de diciembre de 1968, durante la dictadura militar en Brasil (La revolución militar de 1964) encabezada por Humberto de Alencar Castelo, Caetano Veloso fue arrestado en su domicilio y encarcelado en una celda como preso político incomunicado. Así, encerrado en una minúscula cámara individual en un cuartel de la Policía del Ejército, pasó las primeras semanas. Más tarde intervino en un silente y paradójico interrogatorio ante un general en un despacho del antiguo Ministerio de Guerra. Posteriormente, se le trasladó a una celda colectiva. Entre tanto, Caetano Veloso ajenado y enajenado del mundo sólo había podido leer los diarios, fósiles deslucidos, que cubrían el suelo de la prisión, la novela “El hijo de Rosemary”, de Ira Levin, y un ejemplar de “El extranjero” de Albert Camus que alguien le había pasado de contrabando. En el primer interrogatorio se le acusó de faltar el respeto al himno y la bandera brasileños. En el segundo se le acusó de aglutinar y centralizar el poder liberador del Tropicalismo. Más adelante llegó la excarcelación y su exilio en Londres. Caetano Veloso, recuerda, en su libro “Verdad Tropical” como Dedé su esposa, durante su apresamiento le llevó un ejemplar de la revista Manchete que:
Mostraba las primeras fotos de la Tierra tomadas desde fuera de la atmósfera. Eran las primeras imágenes en que se veía todo el globo –lo que resultaba muy emocionante, ya que confirmaba algo que solo sabíamos por deducción y veíamos en representaciones abstractas–, y consideré la ironía de mi situación: preso en una celda mínima, admiraba las imágenes del planeta entero, visto desde el vasto espacio.
Muchos años después ya en Bahía, Caetano escribiría le letra de esa experiencia “Terra” no ya como un exorcismo, sino como un salmo hímnico que oficiara la repulsa a las dictaduras, la reposición de las libertades y el reduccionismo cósmico de nuestra presencia, nautas errantes a la espera de la firmeza de la tierra. La tierra tal y como Veloso recordaba en esas fotografías, no era una superficie desnuda, delineada y cartografiada sino cubierta de nubes. Blancos ropajes desgarrados como velas segmentadas y motrices en el océano.
Cuando me encontraba preso / en una celda / fue que vi por primera vez / las fotografías / en que apareces entera. / Sin embargo, allí no estabas desnuda / Sino cubierta de nubes.
Dominic Thomas refleja en “Climaticismo”, el prólogo a “Meteorología de los Sentimientos” de Philippe Rahm, como la literatura ha dotado a la naturaleza de un papel de proscenio o bien de fondo aurático donde desarrollar la epicidad antrópica, reflejando como ésta ha sido más objeto que sujeto actante. Thomas entiende que esa carencia de valor actancial que sí se le presupone al sujeto, hace que la naturaleza se manifieste como una representación no humana en su conjunto. Aboga por introducir desde la teoría postcolonial y la ecocrítica a la naturaleza como elemento no sólo ecopoético sino protagónico y transversal, abandonando una literatura antropocentrista por una literatura climaticista. Y añade como “el extranjero” de Camus, que Caetano Veloso leyera en la cárcel es un ejemplo de esta literatura climatérica.
En 1946, el Instituto Argelino de Meteorología y Física Terrestre publicó, bajo la dirección de Paul Seltzer, un informe titulado El clima en Argelia. En el prólogo, el director del estudio indica que “tanto la vida privada como la pública sufren las vicisitudes de las condiciones atmosféricas; no hace falta apenas recordarlo. La influencia del tiempo en el rendimiento de los cultivos no hay que demostrarla”, y se agradecen las ayudas de técnicos del Centro Nacional de Investigación Científica y Técnica…entre ellas las de un tal A. Camus. El clima y unos años de formación en meteorología dejaron una huella indeleble en el joven escritor.
En efecto, la luz, el desgarro destellante, del cielo, las nubes del ocaso, la trasparencia del agua, el olor y las mareas, el ardor sofocante del verano en Argel, la exposición de la piel y de la tierra, deshidratadas o deshumedecidas ante la intemperancia del sol, pero, también, el abrazo cálido del astro y del agua, toda la novela de Camus transcurre a través del clima y los efectos de éste en los sentidos y la percepción del mundo, en la constatación del estío como paisaje del propio intelecto, del propio operar pensando, de la tierra cubierta o no de nubes, del cielo apaciguado de la noche y la luz titilante de las estrellas mitigándose en el silencio vespertino. Todo es cielo en “el extranjero” y es el ordenante, el perfilador, el agudo estratega de un crimen innecesario. Se podría decir, que el sol legitima los actos, que resuelve una especie de tacticismo ambiental sobre el territorio y los hombres y los mueve sobre el tablero de la vida como peones a su antojo.
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