Es probable que la ya célebre frase de Gramsci se haya utilizado en demasiadas ocasiones fuera de su contexto original (el nacimiento del fascismo italiano), no obstante, merece la pena aludir a ella en relación con el tema nos atañe, no sólo por lo que dice, sino por lo que representa. El Barroco es fruto de una crisis estructural en Europa, las diferentes guerras, la Reforma Protes- tante y Contrarreforma Católica, los periodos de hambruna, las crisis agrarias y las pandemias (entre otras tantas), hacen del s. XVII un período de transformaciones sustanciales (lo que evoca directamente a la frase de Antonio Gramsci).
Así, de este tiempo convulso surge un elemento que hace del Barroco un estilo subversivo res- pecto a toda la historia del arte anterior: una aceptación sin fisuras de la convivencia entre luz y oscuridad (entendiendo esto más allá de lo puramente matérico). Los ideales manieristas y re- nacentistas son derribados para dar paso a una realidad pictórica más impetuosa, donde la ges- tualidad se vuelve expresiva, vehemente, en cohesión con una atmósfera mucho más dramática y teatral, en la que, bajo un hábil juego entre luces y sombras, se describen las figuras y devienen las formas.
El testigo que toman Scheroff y Rosselló en “Pesadilla Barroca” es complejo en tanto que no se trata “simplemente” de reinterpretar el Barroco, sino de articularlo, coherentemente, cuatro siglos después, planteándose el cómo dar respuestas a la pregunta: ¿cómo pintaría un artista barroco si viviera en la actualidad? El Barroco lleva implícita una ruptura, por lo que replicarlo completamente o calcarlo, paradójicamente, sería poco barroco. Scheroff y Rosselló indagan en los procesos, en las técnicas y en los modos barrocos, para exponerlos a la intemperie de la con- temporaneidad.
Del diálogo que llevan a cabo Miguel Scheroff y Francesc Rosselló, emana una sinergia provocada por una serie de contrastes. Por una parte, la voluptuosidad de la pincelada de Shceroff, con gran carga matérica, en coherencia con una expresividad sobrecogedora, una gran profundidad de plano y una escala cromática bastante viva. Por otra parte, la pincelada más homogénea, definida y sugerente de Rosselló, en una superposición de dos planos delimitados y una gama cromática más tenue y sutil. Unas sinergias que surgen bajo una escenografía muy concreta: cuatro grandes formatos acompañados de piezas de medianas y pequeñas dimensiones van configurando la sala expositiva de la galería, en cuyas paredes, además de las obras, también aparecen pequeños trabajos murales (pudiendo evocar a los grandes frescos italianos).